El sufrimiento animal nos interpela a pensar las bases de la dominación y la responsablidad de la conducción política para promover un cambio con la consigna "Ni personas excluidas ni caballos maltratados"
Audio: a cerca de la identidad de las y los proteccionistas
Las tensiones alrededor de la tracción a sangre en el norte argentino son un microcosmos de desafíos éticos, sociales y ambientales mayores. Superar esta problemática exige no solo la aplicación de leyes como la 14.346, sino una reevaluación profunda de nuestras ontologías hacia lo no humano y una desarticulación de las lógicas de dominación, muchas de ellas vinculadas a la masculinidad hegemónica, que perpetúan la violencia y el daño. La historia de la Municipalidad de Salta en 2017 cuando cambiaron carros tirados por caballo por moto carros; es un faro de esperanza, demostrando que un camino digno para personas y animales es posible cuando se aborda la raíz de los problemas con una mirada transversal y transformadora.
La imagen de caballos arrastrando pesadas carretas bajo el sol inclemente de Salta ha sido durante mucho tiempo una postal folclórica; es un reflejo de profundas tensiones socioeconómicas y éticas que interpelan nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos. En regiones donde la precariedad económica persiste, la tracción a sangre (TAS) se ha consolidado como un medio de subsistencia para numerosas familias, al tiempo que somete a los animales a jornadas extenuantes, malnutrición y, en muchos casos, a una vida de maltrato sistemático. Esta dicotomía entre la necesidad humana y el sufrimiento animal nos obliga a mirar más allá de la superficie y a conectar problemáticas aparentemente dispares.
La Ley N° 14.346, la principal normativa de protección animal en Argentina desde 1954, prohíbe explícitamente los "malos tratos" y "actos de crueldad", incluyendo la sobreexplotación laboral y el uso de instrumentos que causen dolor innecesario. Sin embargo, en el contexto de la TAS, la aplicación de esta ley se ve constantemente desafiada por la realidad social. Las tensiones en el uso de animales de tracción a sangre son palpables: animales en condiciones físicas inadecuadas son forzados a trabajar jornadas excesivas sin descanso o alimentación suficiente, una clara contravención a la ley. La fiscalización es compleja, y la ausencia de alternativas económicas viables para los carreros perpetúa un ciclo de explotación que, si bien condenable, es también sintomático de una exclusión social más amplia.
Más allá de la estricta aplicación legal, esta problemática nos invita a reflexionar sobre las ontologías de lo no humano. ¿Cómo concebimos a los animales? ¿Son meros recursos a disposición del ser humano, o seres con una agencia y una capacidad de sentir y sufrir que les confiere un valor intrínseco? La jurisprudencia argentina, como lo evidencia el fallo del "campo del horror Ezeiza" que reconoció a los caballos como "seres sintientes", y casos como el de "Rubio", que incluso reconoció su identidad como víctima, marca un cambio significativo. Esta evolución legal se alinea con corrientes de pensamiento que desafían la visión antropocéntrica y buscan construir una ética donde el sufrimiento de otras especies sea moral y jurídicamente relevante. La TAS es un recordatorio brutal de la persistencia de una ontología que instrumentaliza a los animales, reduciéndolos a meras máquinas biológicas al servicio de la producción o la subsistencia.
Sin embargo, para comprender la persistencia y la violencia implícita en estas prácticas, es fundamental expandir el análisis a las dinámicas de poder que atraviesan nuestra sociedad. Teóricos como Ruben Campero en Uruguay han planteado la intrínseca conexión entre la dominación de la masculinidad hegemónica, el daño ambiental y las diversas formas de violencia. Campero, y otros pensadores ecofeministas o críticos de las masculinidades, sugieren que la misma lógica patriarcal que naturaliza la opresión de las mujeres y otras identidades subalternas, es la que subyace a la explotación de la naturaleza y los animales. Esta lógica de "dominio" y "control" se manifiesta en la brutalidad que a menudo experimentan los animales de TAS, donde la fuerza física y la imposición de la voluntad masculina pueden ser factores subyacentes en el maltrato.
En este sentido, la violencia ejercida sobre los animales de tracción a sangre puede ser vista no solo como un acto individual de crueldad, sino como un síntoma de un patrón cultural más amplio. La desensibilización hacia el sufrimiento animal, la justificación de la explotación por la necesidad, e incluso la glorificación de la "mano dura" sobre el animal, reflejan ecos de una masculinidad que se construye a través del dominio y el control. Cuando los varones, en su rol "productivo" o "de sostén", ejercen violencia sobre los animales para asegurar su subsistencia, se reproduce una dinámica patriarcal que normaliza la agresión como herramienta de poder y control, con consecuencias directas sobre el bienestar animal y, por extensión, sobre el ambiente en el que vivimos.
La experiencia de Salta, al erradicar la TAS y ofrecer alternativas socioeconómicas a los carreros, representa un paso crucial en esta dirección. Al reemplazar la tracción animal por motocarros y capacitar a los trabajadores en nuevos oficios, la Municipalidad de Salta no solo dignificó la vida de los caballos, sino que también intervino en las estructuras de precarización que sostenían la práctica. Este enfoque holístico, que aborda tanto la protección animal como la inclusión social, es un ejemplo de cómo una política pública puede desafiar lógicas de explotación arraigadas, sentando las bases para una relación más justa y equitativa.